Por Mario P. Székely / foto: cortesías.

Anthony Hopkins ha sido el monstruo, el guardián del monstruo y el cazador del monstruo en la pantalla de cine. Ahí, entre las sombras de la pantalla de cine, el actor de 79 años ha sabido surgir tras la cortina para invitarnos a concebir al mal no como una palabra imposible de atrapar, sino como un ente que se mueve, nos seduce y respira sobre nuestra cara.

Proveniente de la región medieval de Glamorgan, uno de los 13 condados de Gales, Hopkins nació dos años antes que Hitler pusiera en jaque a Europa. Pronto, padres y profesores descubrieron que la escuela formal no era un sitio que ilusionara y captara la atención de Anthony. Sus años fueron una combinación de aprender pintura y música, junto con los esfuerzos de los adultos por imponerle disciplina, misma que le fue dada a este chico británico de 12 años en una escuela de gramática al sur de Gales, la West Monmouth School.

Como toda historia que se vuelve después leyenda, Hopkins debió pasar un rato en su ir y venir entre las enseñanzas de quien quiere contener al mundo en un pizarrón y entre quien le abrió la ventana a una vida llena de estimulación y arte. Esa persona fue el actor Richard Burton (sí, el futuro esposo de Elizabeth Taylor y considerado heredero del actor de actores Lawrence Olivier), quien descubrió a un Anthony de 15 años lleno de talento.

Hopkins escuchó a su nuevo mentor y de inmediato se enroló en universidad de arte y música Royal Welsh College, para después entrenarse vigorosamente en la Royal Academy of Dramatic Art, no sin antes darle dos años de su vida al ejército en la vanagloriada Brithis Army. La disciplina y el arte, por fin, se apropiaron del alma de Anthony.

La escena teatral de Londres en 1960 le dio su primer público a Hopkins, en la obra “Have a Cigarette”, para cinco años después ser descubierto por el propio Olivier. Era algo que parecía estar dictado desde las entrañas de la tierra de Shakespeare. Lawrence, aquél que le había dado ritmo cardiaco a Hamlet en teatro y cine, debía descubrir a quien después sería el Rey Lear, Titus y Hannibal Lecter.

Para que llegara esa carrera de Hopkins en el cine, una criatura que suele acosar a los hombres debía de dar el zarpazo: la aburrición. Hopkins se hartó de repetir sus papeles en teatro noche tras noche y decidió que su corazón estaba en leer un libreto, ejecutándolo sólo ante una cámara, para darle vida eterna a sus personajes en el cine.

En 1968, mientras las calles de varias naciones eran invadidas por jóvenes inconformes, Hopkins debutó formalmente en el cine portando una corona que representaba el lado histórico de Inglaterra, pero también los valores románticos de la literatura. Su papel como el rey Ricardo Corazón de León lo llevó no sólo a debutar con un papel protagónico en El león en invierno de Anthony Harvey, sino a tener a su lado a otros dos monstruos del celuloide: Peter O’Toole (Lawrence de Arabia) y la actriz con más premios Oscar, Katherine Hepburn (La reina africana).

Un año después, en la adaptación de Hamlet, Hopkins pudo al fin usar su presencia escénica, adueñándose del fotograma y siendo el antagonista del héroe trágico de la historia. Anthony representó al Rey Claudio, y por eso el hijo de Dinamarca tenía los días contados.

Mas Hopkins también podía ser el héroe, en Un puente demasiado lejos (de 1974), no sólo interpretó a un soldado que abría un camino entre Normandía y la Alemania de Hitler, sino que compartía flancos con más leyendas de la actuación de la región gobernada por la reina Isabel: Michael Caine, Sean Connery y el propio Olivier. Luego, en 1980, sería quien le haría justicia al grito de dolor del histórico John Merrick en El hombre elefante, volviendo la dignidad a un hombre terriblemente deforme, con la interpretación del Doctor Frederick Treves.

Pero los vientos ásperos y crueles favorecían aún más las velas de la carrera de Hopkins. En 1984 zarparía Hopkins en Motín a bordo, atormentando como capitán a toda su tripulación con sus mandatos crueles y colocando a Mel Gibson de rodillas.

La sombra de Hopkins siguió creciendo y su presencia era tan inmensa, que en 1991 el propio director Jonathan Demme le entregó a Anthony en bandeja de plata el papel de su vida: Hannibal Lecter.

silencio corderos anthony hopkins

“Clarice, ¿sigues escuchando a los corderos?”, le pregunta el doctor Lecter a Jodie Foster, representando no solamente a un caníbal excéntrico y culto, sino encarnando las mismas sombras del personaje de esta joven recluta del FBI que desea ocultarse del lobo como caperucita, al tener un secreto en su pasado que le cercena su alma.

Sí, la estatura de Hopkins es inmensa. Lecter escapó de prisión para darle dos filmes más a Anthony y en el camino le dejó en la repisa un Oscar como Mejor Actor. Vinieron más nominaciones, cual premio a este actor de amarrar su furia y desplegar la finura de un hombre de aristocracia o que sabe convivir con ella. Fue lo mismo mayordomo fiel en Lo que queda del día (1993), que un libertador de esclavos en Amistad (1997). Incluso el escritor gestor de Las Crónicas de Narnia, C.S. Lewis, en Tierra de sombras (1993).

Pero son los personajes de Hopkins más oscuros quienes se insertan en nuestra psique, persiguiendo a criaturas afiladas en Bram Stocker: Dracula, o vistiéndose como el presidente símbolo de la traición y la suspicacia, Richard Nixon.

¿Y que tal a la misma muerte? En Conoce a Joe Black, el ahora nombrado Sir Anthony Hopkins nos convenció que aquél que nos arrebata el último suspiro puede ser hasta elegante.

Ahora, en 2017, cuando el veterano artista personifica al dueño de un castillo medieval, protector de un conocimiento universal en Transformers: el último caballero, sólo podemos voltear hacia Hopkins y descubrir algo que ya sabíamos: él no es el monstruo, sino la antorcha que nos ayuda a descubrirlo.

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