Recorrió todos los planetas, todos los universos. Respiró todas las atmosferas que cualquier mente humana podría experimentar. Se dejó llevar por el océano infinito del cosmos siguiendo las corrientes del universo para encontrar esa lejana estrella que le sonreía cada noche alumbrando sus pensamientos de atormentadas ideas incumplidas por el deseo de ya estar, ya tener, ya querer… ya poder verlo todo.

El espacio era el auge de cualquier conversación de toda comida con sus colegas escritores, mencionaban mucho los viajes que habían hecho alrededor de todo lo que los rodeaba, platicaban de su estancia en otros planetas, se excitaban al mencionar la forma en que navegaban la marea del firmamento. Era espectacular la manera en que se asombraba de lo que le platicaban, ya que el siempre residió en la Tierra. Ese era su hogar. ¿Por qué tendría que conocer otros mundos si estaba feliz en solo uno?

Esa fue la conversación de la cena anterior a hoy día, 22 de enero de 5110.

Despertaba la mañana del 23 con una gran intriga de saber cómo es qué es lo que estaba allá fuera. “¿Cómo sería mi forma de pensar después de conocer todo eso? No quisiera perderme en la inmensidad del espacio”. Pero la curiosidad se adueñó de su cuerpo empujándolo a tomar una decisión que cambiaría el curso de su vida. Tomó el riesgo de conocer, de dejar a un lado el estado cómodo en el que se encontraba y emprendió el viaje.

Durante un año estuvo saltando de mundo en mundo, de planeta en planeta, espacio dentro de espacio. La expansión de todo el universo era una inmensidad que no encontraba límites. Pero en algún momento tenía que acabar.

La travesía interestelar lo había dejado agotado, los 25 entornos que conoció llenaron su memoria de inmensas ideas. Los habitantes de cada uno de los planetas fueron de gran ayuda para encontrar el rumbo de una nueva etapa, pero al instante en que se encontró en ese último rincón de la inmensidad de lo que existe, levantó la mirada pensando que encontraría esa estrella que desde un principio le dio fuerzas para cambiar el rumbo de su vida: la estrella ya no estaba. Durante todo el trayecto de ese gran viaje una explosión la destruyó, por lo que ya no quedaba nada de aquella esperanza que lo mantenía ilusionado. Alzó la mano lentamente para tomar un poco de polvo estelar que rondaba por el aire, lo colocó en un pañuelo, volteó para observar todo por lo que había pasado, respiró y comenzó una nueva travesía de vuelta a casa.

 

 

 

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