Blanco el pelo que detona ideas de mostrar aquello que fue tan sólo un tren cargado de pasajeros que vienen y van. Tomaba su primer coñac mirando los paisajes tan bellos que le hacían escurrir por la mejilla el derroche de lo pasado. Sin destino claro, el rumbo a ningún lado. Aquel tren provocaba melancolía que lo transportaba a tres o cuatro experiencias, aquéllas que fueron las más significativas en su vida, las más repetidas e insidiosas memorias del trayecto que se trazó. –Cuántas veces me pensé aquí y no en otro lugar, cuántas veces me enfoqué en lo que quería y jamás admire paisajes como lo estoy haciendo ahorita– se decía a sí mismo.
El primer recuerdo tránsito de manera fugaz, clara, sin hacer el menor esfuerzo por recordar los detalles. Tenía apenas 12 años, su padre era un hombre de carácter fuerte con muchas filosofías de vida que concluían siempre en el mismo punto: la vejez. Sentado en el comedor escuchaba con atención la lección de ese día, cuando su padre le preguntó con voz grave: “¿Qué piensas hacer de grande?”. Contestó de inmediato su plan ideal, sus metas, sus deseos, sus anhelos. Sin detallar tanto sobre cómo sería su vida, ese niño incrustado en la memoria antigua transmitía un espíritu de lucha, el alma enérgica por enfrentarse al porvenir, pensando constantemente en su meta, la meta, siempre la meta.
En la segunda memoria recordó cómo era en su juventud, constante y responsable. Se adentró en la conversación con su jefe, a quien admiraba por ser una persona exitosa y sabia, cuyos dotes lo condujeron a cumplir con sus propósitos; por eso era obvio que, en su cabeza, el joven quería verse en algún momento como él. La imaginación seguía creativa en ese aspecto. Lo miraba con la ilusión de transformarse en esa imponente imagen. Su recuerdo fugaz de aquella plática, luego de una negociación exitosa, lo hacían sentirse importante pero no lo suficiente, la meta no era esa. Comenzaba por asomarse la curiosidad de tener, obtener, tomar el mundo entero y disfrutarlo en una copa amplia que matizaba un vino de textura cara y ostentosa. “Me acerco, me acerco; éste es el plan, me acerco, me acerco”.
La tercera memoria, un poco borrosa pero que sin problemas logró esclarecer en segundos, comenzaba con la idea clara de construir algo propio que brindara frutos por el resto de sus días para que en un momento dado no tuviera que despertarse apresurado por obtener esa manutención necesaria para su sobrevivencia. –Alcancé a tocar las notas más bellas y claras de un sinfonía compleja–, se admiraba a sí mismo.
Dejaba a un lado todo aquello por lo que trabajó constantemente. Fueron horas largas, tediosas, insufribles de tanto trabajo que saturaron sus días. Vaga la mente intentando concentrarse en ese recuerdo. Comenzó a narrar su memoria aquella comida en la que los dispositivos tecnológicos consumían entre sus pantallas las más gloriosas y gratificantes conversaciones que nunca alcanzó a escuchar, la agenda estaba repleta. No existía cabida para algo más que la meta. Las anteojeras que se colocó para no observar nada más que no fuera ese destino glorioso con el cuál soñó desde los 12 años, esas piezas colocadas en sus ojos no las removió en ningún momento, excepto en ese vagón de tren.
La vida transcurrió de manera rápida, todo lo que había vivido al paso de los años, y tan sólo esas cuatro memorias eran lo que quedaban. –No puede ser que no haya notado tantas cosas–, exclamó recriminándose. La bocina del tren anunciaba la siguiente parada, por lo que volteó a observar cómo todo mundo se mantenía estático en sus asientos, lo que provocaba en él una angustia aún mayor. El tren se detenía poco a poco, y al momento en que paró por completo tomó sus maletas, bajó en la estación que desconocía, sin metas ni preocupaciones de llegar a algún lado. Siguió así observando, despierto, con los sentidos despabilados y el alma inquieta. Continuó así hasta que sus huesos se desplomaron, convirtiéndose en polvo.