Nervioso de volverla a ver, él la esperaba sentado en la mesa de aquel restaurante cuyos recuerdos lo hacían viajar a ese momento, cuando todo su entorno giraba alrededor de ella. El mesero se acercó a la mesa preguntándole si esperaba a alguien más, a lo que contestó de manera inmediata con un sí, por lo que mientras esperaba le ofreció algo de beber y el pidió un vaso con agua; los nervios había secado su boca.
Insegura de asistir a la cita, ella bajaba del coche volteando a ver el reloj que le indicaba un retraso de diez minutos, tiempo suficiente para incrementar el suspenso de aquel hombre cuya insistencia por verla despertó la curiosidad de saber el motivo de ese repentino mensaje con tono ilusorio.
Mientras miraba fijamente a la puerta, ansioso por volverla a ver, se acercaba el vaso con agua dándole un pequeño trago cuando se percató que ella entraba por la puerta.
“Se ve hermosa”, pensó. Mientras ella buscaba la mesa en donde él se encontraba, se levantó de su asiento rápidamente y alzó la mano para que lo viera.
Mientras ella entraba al restaurante, muchas preguntas brotaban en su cabeza, la inseguridad se había esfumado entre tanta incertidumbre y al momento de enfocar los ojos para buscarlo notó enseguida una mano moviéndose torpemente. “No puede ser, sigue siendo tan ridículo como antes”, se dijo a sí misma, alzando levemente los labios al mismo tiempo en que se acerba a la mesa. Enseguida se dio cuenta de la pequeña sonrisa en su rostro y gesticuló una mueca indiferente para que él no lo notara.
Rodeando la mesa para aproximarse deprisa a ella, dilucidó en su cabeza: “Me siento nervioso, no sé ni por dónde empezar”. Justo en el momento en que sacaba la silla de la mesa para que ella se sentara.
En el instante en que ella daba unos pasos para sentarse percibió su aroma. “Siempre me gustó cómo huele”, recordó. Acomodándose en la silla lo siguió con la mirada mientras él se colocaba en el asiento frente a ella. Cuando lo hizo, cruzó lo brazos recargándose suavemente en el respaldo esperando a que él comenzará con su discurso.
“Ya logré que viniera verme, ahora necesito decir las palabras correctas para que se quede”, reflexionó recargando suavemente los antebrazos en el borde de la mesa y entrelazando los dedos, encontrándose con su mirada fija que esperaba esa palabras que transformaran su noche.