Por Emilio Báez Fernández
Lo que caracteriza a este personaje no es tanto la palabra. No. Son todas aquellas cosas ocultas, las cosas que no dice o que no hace. ¡Cuántas veces olvidamos que la omisión puede lastimar tanto como la acción! ¿Cuántos somos más con lo menos? Sólo algunos omiten y omiten tanto, que puede ser demasiado de soportar.
El personaje de la omisión –no sé si llamarlo así sería lo adecuado, pero para no entrar en mayor discusión lo dejaré así– conoce de lo que escucha, prefiere ser aquél que no figura en las conversaciones, es preciso en solamente responder aquello que le preguntan. Sin deber ni temer quedaba estático ante todo lo que existe a su alrededor. Dime tú, querido lector, si mis palabras crean algo con lo que puedes identificarte, o si en todas estas palabras existe una historia que omito. No la puedo contar, o a lo mejor y sí. El caso principal aquí es que me hace cuestionarme acerca de todo lo que he dicho, pero a lo mejor y mi pecado es ese. ¿Sería mejor identificarme con ese personaje de la omisión?
No se lograba concentrar en nada, era un día nublado, algo en el ambiente lo hacía ansioso, sentía que le quitaban sus últimas palabras. Caso omiso de lo que pudiera escuchar, los ruidos de la ciudad ya no existían. El accidente se generó por aquello que nunca dijo, podía decir mucho pero su actitud era más pasiva, jamás quiso ser el centro de atención, aunque –aceptémoslo, lector– existen tantas personas con tantos misterios que nos hacen desear, que nos enseñan una faceta tan enigmática transformándonos en detectives, no paramos de preguntar y a lo mejor y preguntamos tanto, que es por eso que no escuchamos el silencio que escucha este personaje. Queremos saber más, conocer más, investigar quién es él o ella. Por eso no puedo decirte que conozco bien su historia, sé lo mismo que tú. Me pongo de tu lado, estoy de tu lado, lector.
¿Podemos quedarnos en silencio?

 

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