El reloj despertador suena, apagas la alarma, te levantas odiando el sonido fastidioso, deseando esos cinco minutos más, te levantas de la cama, te acercas al baño, prendes la regadera, te bañas, te cambias, te cepillas los dientes, te peinas, rocías aromas en tu cuerpo, desayunas, preparas un café… ¿Estás listo para empezar tú día?

Recorres la ciudad en el vehículo que más te acomoda, escuchas música, piensas en tus pendientes, los solucionas de manera veloz dentro de tu cabeza, sigues dormido, te concentras en el tráfico, no cedes el paso, te alejas de las reglas, piensas por ti mismo, recibes un mensaje, tomas café, observas a las personas sin nada en mente, piensas en tus pendientes, resuelves… pero sigues dormido.

Al llegar al trabajo saludas, si es que lo recuerdas, presionas el botón del ascensor, te subes, observas a los demás, “buen día” algunos responden, bajas en el piso indicado caminando presuroso porque tu cabeza ya comenzó a preocuparte con tus deberes, piensas en soluciones, oprimes el botón para iniciar la computadora, te acomodas en la silla, la pantalla de inicio ya está listo pero… ¿y tú?

Pasan las horas, trabajas un poco, se acerca alguien, te comenta un proyecto nuevo, tu cabeza no se organiza, trabajas en la tarea urgente dejando de un lado lo demás, estás apresurado, resuelves, continúas con tu trabajo pero con menos prisas, pierdes tiempo, la solución de un problema causa satisfacción, lees tus mensajes enterándote del chisme social, procrastinas, tu cuerpo comienza a reaccionar, tienes hambre, observas la hora, 13:00 en punto, contestas el mail de tu compañero de trabajo sobre el lugar indicado para comer, volteas a ver tu teléfono, redactas un mensaje para saber en qué lugar va a comer, te contesta el mensaje, piensas en el pretexto perfecto para ya no asistir a la cita con tu compañero de trabajo… sigues dormido.

Satisfaces el apetito, ya regresaste a la oficina, tu jefe te pregunta ¿en dónde comiste?, respondes “con un amigo”, recuerdas el pretexto, volteas rápidamente a observar a tu compañero, te observa, no haces caso al veredicto ofrecido, volteas a ver la pantalla, continúas tecleando, te levantas de tu asiento, obtienes una copia, continúas tecleado, otro correo llega, tienes junta en 20 minutos, haces a un lado tus pendientes, te acomodas en la sala de juntas, escuchas, la curiosidad te gana, observas tu celular, piensas en lo gracioso que está el chiste, lo cierras, observas de forma que todos los demás piensen que te encuentras ahí, comentas de forma banal, no lo pensaste bien, regresas a tu escritorio, sueltas un el chiste de hace cinco minutos a tu compañero, te sientes aliviado, observas el reloj y falta una hora para que salgas de la oficina, pero… sigues dormido.

Suena el teléfono, tu jefe quiero verte en su oficina, al entrar en la oficina te das cuenta que hay más trabajo, piensas “sólo falta una hora para que me vaya”, aceptas el trabajo, de camino a tu escritorio platicas con alguien, estás viendo la pantalla, piensas en resolver, el celular vibra, tienes un evento para el sábado, preguntas acerca del evento, te interesas por quienes van, se lo comentas a otra persona, te das cuenta de los que no van, te vuelves un experto… y sigues dormido.

Sales del trabajo, piensas el tráfico, tienes más urgencia de llegar, observas a las personas a tu alrededor, no te das cuenta de nada, avanzas un poco, escuchas música, te distraes en el teléfono, de repente alzas la mirada, observas vagamente a las personas, no notas nada, sigues avanzando, piensas en los pendientes que dejaste hoy, solucionas de manera inmediata para mañana, ya estás llegando a tu departamento, metes el coche en el estacionamiento, escuchas a alguien quejarse, sigues dormido, apresuras tu camino directo al ascensor, entras a tu departamento, comienzas a ver una serie de televisión… y ya estás dormido.

 

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