Por Marisol Zimbrón Flores / Crédito de fotos: ©CPTM/Foto: Ricardo Espinosa-reo

Al cruzar el túnel Ogarrio de poco más de dos kilómetros de longitud, no podía dar crédito a lo que mis ojos veían, el reloj se detuvo en la época porfirista, en el primer decenio del siglo XX.
Hermosas fuentes, templos y capillas, importantes edificaciones ya en ruinas, calles empedradas… que permanecen como mudos testigos de la bonanza que alcanzó el lugar. Mucha de la fisonomía actual de Real de Catorce se debe a las obras urbanas realizadas a finales del siglo XIX, cuando estaba en pleno esplendor o, a decir de muchos, en su época de oro. Hoy esas obras son fiel testimonio del auge alcanzado hasta ese momento, pero desafortunadamente pronto comenzaría el declive de las minas y con él, el ocaso del pueblo que a partir de 1910 vio el éxodo de sus habitantes en busca de nuevas oportunidades de trabajo. Real de Catorce llegó a convertirse en pueblo fantasma cuando prácticamente todos sus moradores lo abandonaron, dejando ahí sus recuerdos, antepasados, sueños e ilusiones; pero hace algunos años comenzó a resurgir debido a la atracción que ejerce en el turismo.
El poblado, que algún día fue relevante por su cercanía a una de las minas de plata más importantes del país, se encuentra en el estado de San Luis Potosí. Su místico ambiente y su agreste paisaje hechizan a los visitantes. Por algo ha sido escenario de múltiples producciones de cine y televisión, tanto nacionales como internacionales.


Un dato curioso es que, cuando en sus inicios las autoridades quisieron reubicar Real de Catorce en un sitio donde hubiera condiciones de acceso, mayor facilidad de abasto y una topografía menos intrincada, sus habitantes se rehusaron, por lo que permaneció en ese lugar, el cual fue creciendo de manera improvisada a partir de la llegada de aventureros y trabajadores de las minas, atraídos por la importante veta de plata ahí descubierta en el siglo XVIII y que provocó la “fiebre de la plata”, a semejanza con la del oro en otros sitios del continente americano.
Con algunos amigos comenté que, aprovechando mi viaje a San Luis Potosí, iría a Real de Catorce, y uno de ellos me recomendó que comenzara mi recorrido en el Museo Parroquial Padre José Robledo, ya que conserva diversos objetos y registros que ayudan a formarse una idea de la vida de antaño.
También me insistió en que no dejara de visitar a “Panchito”, imagen de San Francisco de Asís a la que la gente local le tiene una especial devoción, por lo que es suya la fiesta más importante del pueblo que se realiza los primeros días del mes de octubre. El “Santo Charrito”, como también se le conoce, se encuentra en la en la plaza principal -en donde también está el Palacio Municipal-, en la Parroquia de la Purísima Concepción; es un templo de cantera de estilo neoclásico con piso de madera de mezquite, tan abundante en estas tierras.


Cuando el lugar comenzó a poblarse, los franciscanos construyeron la sobria Capilla de Guadalupe, uno de los más antiguos edificios que se conservan. Es curioso, pero en su reja hay flores que representan el peyote, producto de esas tierras desde tiempos inmemoriales, que es un elemento importante en las ceremonias de los huicholes.
Caminando por sus calles empedradas encontré tiendas con coloridos objetos artesanales, máscaras y otros artículos elaborados con diminutas chaquiras, así como cuadros de madera e hilo que nos hablan de la herencia huichol, además de dulces característicos de la región.
Me detuve a tomar un café de olla en uno de los puestos que rodean al Jardín Hidalgo con su quiosco central; mientras, estuve fantaseando en cómo debió haber sido la vida en ese apartado sitio.
Desde su plaza de toros —de cantera rosa— pude admirar una magnífica vista del entorno de escarpada geografía. Imaginé esa plaza llena en una tarde de fiesta brava, a la que todos llegaban elegantemente ataviados y, las mujeres, con grandes peinetas y mantillas a la usanza española. Hasta me pareció escuchar los entusiastas “¡ole!” con que el público festejaba la faena del torero en turno.
El palenque de gallos semeja un anfiteatro romano; me gustó saber que actualmente se realizan en él actividades artísticas.


En los alrededores de Real de Catorce está el centro ceremonial huichol Cerro del Quemado, en la zona sagrada Wirikuta; también cerca está la Mina General.
Estar en el estado de San Luis Potosí y no comer las delicias de su variada cocina es imperdonable, así que probé el zacahuil —enorme tamal relleno de carne, las famosas enchiladas potosinas y el guiso borracho. También me aventuré a probar el colonche, bebida producto de la fermentación de la tuna Cardona y el muy típico dulce llamado queso de tuna.
Hasta hoy no puedo dejar de pensar que tal vez no Real de Catorce continuaría siendo próspera si sus habitantes hubieran aceptado la reubicación.

Pin It on Pinterest