Por Emilio Báez Fernández / Imágenes: Pixabay

Tiempo. Tiempo es lo que siempre estamos buscando constantemente; tiempo para hacer esto o aquello, tiempo para olvidar, tiempo para hacer, tiempo para dejar de hacer. Tiempo es lo que siempre tenemos, lo que siempre habrá y lo que siempre hubo. Limitado.

Sin embargo, tiempo es aquello que siempre está escapando de nuestras manos, deseamos poder tenerlo para manipularlo de manera que nunca se escape, para que siempre esté ahí. Para reordenar los pasos que hemos dado a lo largo de nuestras vidas, pero ahora no solamente lo podemos sostener, portar y manipular; sino que también lo podemos portar como símbolo de carácter y personalidad. Poseemos el material con el que se mide dicha magnitud y ese material de medición es El Reloj.

Hace miles de años un arquitecto romano llamado Vitruvio en su obra Los Diez Libros de Arquitectura logró crear una de las herramientas más importantes para medir el tiempo, llamado “Analema de Vitruvio”, utilizado por los romanos para la construcción de enormes relojes solares con los cuales podían coordinar sus actividades. Al paso de los años, la curiosidad del hombre alcanzó otro logro: el reloj de arena, cuya primera aparición pública fue en 1338 en el fresco Alegoría del Buen Gobierno por Ambrogio Lorenzetti, en cuya imagen la Templanza (una mujer) se muestra sosteniendo un reloj de arena. La constante búsqueda por el instrumento adecuado encontró su cúspide en el siglo XV con la creación del reloj de bolsillo, del alemán Peter Heinlein cuyo cronometrador portátil tenía una figura ovoide que luego se transformó en una figura circular, continuando así con el práctico reloj de pulsera como un importante accesorio en las disciplinas diarias de nuestra contemporaneidad.

Paso a paso, la ingeniería del tiempo ha ido revolucionando el instrumento para crear aquello que tanto llama la atención hoy día. Tanto, que podemos encontrar distintos relojes de tamaños y formas que nos brindan precisión en nuestro caminar por el mundo, siempre mostrando nuestra más singular característica: la mortalidad.

“Tempus fugit”. Esa especie fugaz de la que les hablo se concentra en un eterno rodar de las manecillas, se encuentra ahí palpable a las 12, a la 13:30, a las 18:01. Y miras el reloj pensando en que se ha ido el tiempo, en este momento o en este otro. Siempre constante, avanza, corrompe todo lo que esta a su alcance, nada lo detiene ya que no tiene fin, es infinito lo que lo vuelve más atractivo y seductor. Es el tiempo lo que queremos y deseamos siempre en cualquier momento, ahora o hace un segundo; pero dentro de un minuto sabrás que hace dos ya pasó, y que con sólo volver a mirar estas líneas será revivir un tiempo que existió, pero que sigue presente aquí plasmado.

Las personas somos seres en busca de sentido, de un fin. Muchas veces para lograrlo experimentamos cosas nuevas, conocemos personas nuevas. ¿Que a lo mejor fue una experiencia gratificante? Tal vez podría ser. Pero lo importante es que pasaste tiempo explorando esa alternativa en la que te vuelves tan fugaz como lo es el tiempo y es por ello la importancia del instrumento de medición. Nos muestra momento a momento que no somos eternos, que tenemos un compromiso a las 8:00 a.m. que debemos cubrir. Es nuestro principio y nuestro resbaloso fin.

Tenemos atado nuestro destino final a la muñeca, portamos la última etapa del ciclo de la vida con estilo y elegancia. Somos meticulosos al observarlo, pero egoístas al aceptarlo. Ese material que encierra al monstruo que devora todas las cosas: ciudades, montañas, glaciares; ese asesino infalible que se encuentra encarcelado dentro de la maquinaria, de la caratula, el rotor, los engranes.

El Reloj se convierte en esa bella prisión estilizada para contener tan imponente titán.

El tiempo. Pixabay

 

 

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